Domingo 27 de diciembre, 2015 
Por Gustavo Acosta Vinasco
La Cicatriz de un Milagro: El Título del Año
Qué mejor temporada que el fin de año para dar cuenta de una publicación que devuelve la atención a las vicisitudes de la espiritualidad y la mente humanas, a través de una novela testimonio soportada en la persistencia y las esperanzas en la trascendencia, a pesar de la tragedia social permanente.

Como tantos clásicos de la literatura universal, La Cicatriz de un Milagro apela a probados recursos narrativos, el primero de ellos al del metarrelato de la historia que se desarrolla en un sanatorio, o en un espacio donde la enfermedad física o mental confina a los personajes (recurso usado por Thomas Mann en la Montaña Mágica, por Sándor Márai en La Extraña, por Isabel Allende en El Amante Japonés); y el otro, el metarrelato de la comunidad provisional , como lo impuso en su cuento Autopista del Sur el argentino Julio Cortázar, recurso que le permite a González lograr un muy aceptable desarrollo de personajes.

Toda gran novela brota de la tragedia 

Es así que casi la totalidad del libro tiene lugar en el pabellón de quemados de un hospital, allí despierta con su cuerpo quemado nuestro personaje central Martín Posada, un joven piloto filántropo y lleno de ilusiones que se enfrenta al peor reto de su vida cuando después de un accidente aéreo sufre múltiples heridas y en consecuencia transformaciones físicas y emocionales que lo marcan irreversiblemente. Durante todo su proceso de recuperación, siempre al borde de la agonía, Martin experimenta un encuentro sublime con la dimensión angélica. Que se encarga de sostenerlo en los momentos más difíciles.
Así se desarrolla la historia de la supervivencia de Martin que comienza con un cambio de piel que calcinada y purulenta va siendo eliminada a la vez que en el personaje renace toda una dimensión espiritual. Paralelamente, La Cicatriz de un Milagro es una novela que plantea todas las múltiples posibilidades de la afectividad humana, del reencuentro, del descubrimiento de la fe, de la entrega filantrópica a los demás, así como del valor de la familia en cualquier ámbito de la crisis individual.

Desde la primera persona

La novela arranca con una frontal primera persona narrativa, es el mismo yo del personaje que empieza a narrar su propia toma de consciencia del cambio de estado; y este es el recurso narrativo más difícil de manejar, pues no se compara con la comodidad selectiva del narrador omnisciente que esta por fuera del tiempo de la historia; no; acá la historia arranca a ser contada desde la piel de su propio protagonista, el que sin embargo ha perdido identidad externa, el accidente le ha dejado unas quemaduras tales que su identidad externa, su aspecto es irreconocible, y al mismo tiempo González logra que en su personaje muera el ego, y con el todos los atributos del ser inmaduro que era Martin antes del accidente, para abrir paso a una metamorfosis de importancia espiritual.

Con todo, la narración no es una secuencia de hechos de hospital común ni llena de clichés, por el contrario, recogen una cotidianidad abrumadora del reencuentro de un paciente con sus familiares, en un entorno en un principio frío y hostil, que se va llenando de tibieza por el amor filial. Puesto el lector en el interregno del drama, la novela se ha convertido en el espacio- tiempo propicio para la epifanía, y es así que el dialogo interior del personaje narrador da cuenta de una revelación: “Caí rendido en un sueño profundo donde el dolor se desvanecía milagrosamente. Me vi despierto, sentado en la cama numero veinte. El cuarto estaba vacío, pero no me extrañé por ello, sentí un tibio calor, era diferente, no provenía de mí, era una sensación absolutamente envolvente. Me sentí amado. Vi entonces una luz, una figura humana que resplandecía con fulgor inexplicable. La luz de color rosa que envolvía al cuerpo extraño, se acercó y algo dijo que me sonó diferente, como otro idioma, pero más como una canción, una melodía, una voz suave y armoniosa, ni femenina ni masculina, ni madura ni juvenil. Me transmitía mucha paz. Palpable o imaginario, sueño o realidad, me gusto lo que experimente. Era como satisfacer un vacío (…)”.

Radiografía Social

Las acciones que la novela plantea logran salir acertadamente del confinamiento inicial cuando en el segundo capítulo y con el desarrollo de las memorias del narrador-personaje se parte de una analepsis que nos lleva a conocer los antecedentes de los personajes sus cotidianidades y eventualidades, que le dan una lógica y un contexto a los acontecimientos que vendrán como premoniciones.
Así mismo las descripciones del siniestro, del rescate de muertos y heridos, las intervenciones y procedimientos quirúrgicos otorgan a la historia una gran dosis de realismo sin que el lector se olvide que esta es una novela acerca de la esperanza, con una lata y ambiciosa pretensión de espiritualidad, como quiera que en el pabellón de quemados aparece Dios, no el invocado sino el sanador, el motor de transformación, el soporte para los que desfallecen; aún más, el Dios de la comunidad, el que obra en las cadenas de oración y rituales colectivos similares que traen un poder sanador, redentor.

Coda

La angelología, la numerología expresada en el valor mágico del número siete, la religiosidad popular, no son detalles accesorios a la historia sino la expresión de una búsqueda espiritual latente en la comunidad. Mas allá, La Cicatriz de un Milagro es de esas novelas que no se desarrollan a partir de información anecdótica o de acciones aisladas, sino que se articulan en un proceso, es la novela en evolución. “Finalmente el perdón -expresa en el prólogo Ricardo Tribín Acosta- la fe y la gratitud le darán sentido a la existencia de Martín, quien no solo logrará salir delante de las duras consecuencias de su trágico accidente, sino que su experiencia le permitirá seguir alegrando la ida de tantos que necesitan ser animados por aquellos como el, que han vivido momentos semejantes”.

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