Agosto 16, 2015.  Pereira - Colombia
Por José Hoyos
La Cicatriz de un Milagro: solidez de lo sobrenatural
Si a cada instante de la vida la muerte no amenazara con morder, la existencia sería un desdén. No tendría valor el amor de una madre ni el abrazo de un niño. Las excepciones serían tan ordinarias como las reglas. No habría misterio en el silencio que rodea a un tigre. Una luciérnaga no sería intermitente sino continua. El Yin y el Yang serían iguales. Tampoco tendrían lugar las historias de exaltación humana, las luchas de resurgimiento, las manifestaciones de fuerza y voluntad, la conexión entre lo corporal y lo espiritual.

Si la muerte no fisgoneara sin descanso, no habría tenido lugar La cicatriz de un milagro, el fascinante libro de Mónica González. Es una novela testimonial que apenas deja espacio para el asombro. Una historia que a menudo se presenta pero es poco percibida, tal vez por su carácter sobrenatural. Ahí está precisamente su elemento potenciador: en el valor de la vida que emerge pleno cuando interviene un orden superior ante la amenaza de la realidad inmediata. Cuando se vive con el ladrillo negro de la rutina echado al hombro es fácil perder de vista la frontera entre lo mágico y lo cotidiano. Hace falta un mensaje contundente que nos haga volver, y el libro constituye ese mensaje, ese pellizco de existencia.
El destino de Martín –un joven y escéptico piloto que sufre un terrible accidente aéreo– se ve alterado cuando de repente se encuentra moribundo en una cama de hospital. En medio de su agonía recibe una visita milagrosa que le devuelve las ganas de vivir y le enseña el poder inmenso de la energía creadora. Los milagros ocurren a diario; para detectarlos es necesario el temor, la duda, la tragedia, la lucha.

El ángel de Martín rehace su vida cuando ya todo parecía colapso. Con una prosa emotiva y ágil la autora nos adentra en las experiencias de Martín y su familia tratando de evadir el abismo que amenaza sus vidas, todo a base de coraje y esperanza. Martín se encuentra frente a una terminación y un comienzo, y ese dilema le hará entender que en el universo hay algo más místico que las tinieblas y más potente que el miedo. Ya Stefan Zweig había hablado sabiamente sobre los obstáculos con que se suele presentar el destino ante un hombre: “Por intrincado y absurdo que nos parezca nuestro camino y por más que se aleje de nuestros deseos, en definitiva siempre nos lleva a nuestra meta invisible”.

Uno de los aciertos del libro es encontrar el punto exacto en que un hombre vuelve la vista y repasa su vida sabiendo que de esa mirada depende su porvenir; la objetividad en esa revisión solo se consigue cuando se está en pleno huracán, cuando se ha atravesado el fuego (literal), o cuando se está colgando de una cornisa a punto de caer. Es un instante de convergencia comparable con el llamado punto “vélico” de un navío, un lugar de intersección misterioso hasta para el mismo constructor, en el que se reúnen las fuerzas dispersas del barco al desplegar sus velas dándole rumbo y presteza. A Martín el accidente le ayudó a descubrir su punto vélico, su sentido de existencia, su brújula de navegación.

Las pequeñas dosis de humor son como abrevaderos para el lector. Así la historia tenga hondos tintes dramáticos, destacan las situaciones hilarantes ubicadas con sutileza y que cumplen claras funciones de ventilación, como un oasis. Es bien sabido que cuando está bien entrada en años, la tragedia empieza a convertirse en comedia. El humor aportado por la autora demuestra que lo trivial y lo excepcional pueden compartir espacio sin incomodarse.

El drama de Martín es narrado con profunda sensibilidad. El lenguaje describe y al mismo tiempo evoca, resalta la dualidad constante de dos mundos, el físico y el místico, ambos reales y complementarios, sobre los que termina cimentándose la existencia y el pensamiento de Martín: “Se me ha enseñado que la muerte trae vida, que el dolor trae posibilidades, que las ausencias traen compañía”. Entre líneas se lee que lo que la energía creadora quiere de nosotros no es admiración sino complicidad. Es, en síntesis, darle solidez a lo sobrenatural.

El trasfondo de la novela deja ver que hay eventos tan poderosos que solo suceden una vez en la vida, y su provecho reside en que sepamos percibirlos y corregir el rumbo. No hay que olvidarlo: los fantasmas que aparecen solo una vez son los que más se cotizan. Solamente excepciones del calibre de La cicatriz de un milagro pueden ofrecernos alguna respuesta sobre el valor del abrazo de un niño, sobre el misterio que rodea el silencio de un tigre.
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